El ex presidente apuesta fuerte al respaldar a Milei para el ballotage. Intenta permanecer en el centro del poder, pero corre el riesgo de sucumbir en la debacle de Juntos por el Cambio.
El derrumbe había empezado hacía mucho tiempo, pero el domingo por la noche comenzaron a verse las últimas imágenes del naufragio. Desde temprano, todos sabían en el salón más grande de Parque Norte que los vientos traían otra derrota.
Peor incluso que la de las PASO, porque esta vez quedaban terceros y afuera del ballotage. En un rato, subiría Patricia Bullrich a reconocer que la elección presidencial había sido un fracaso. Con las manos en los bolsillos, Mauricio Macri hablaba con otros dirigentes. Y el que se le acercó fue Diego Santilli.
“Vos sos el culpable de esta derrota, porque bancaste a Milei desde el principio y nos arruinaste…”, disparó el candidato a gobernador que había sido vencido en las primarias. Todos se quedaron en silencio y Macri abrió la boca para responder.
“No es cierto, Diego; te estás equivocando…”, reaccionó el ex presidente, pero ya era tarde. Santilli ni siquiera lo escuchó. Se había dado media vuelta y se había alejado del lugar con la bronca bailando entre los dientes. Como Parque Norte era un velorio y reinaba el silencio, fueron varios los que escucharon el intercambio. Los reproches se repitieron con otros protagonistas.
Gerardo Morales le había pedido a Patricia. “Yo no quiero cruzarme con Mauricio porque lo voy a cagar a puteadas”, explicaba, en dialecto jujeño para que lo pudieran entender todos. Cuando Bullrich se reunió a cambiar ideas sobre lo que diría en el discurso, Morales esperó a que Macri se alejara del grupo. Recién entonces, aportó un par de sugerencias y se subió al escenario con el resto. Pero se fue raudo antes de que la candidata derrotada terminara de hablar y no saludó a nadie.
Otro radical enojado, Martín Lousteau, ni siquiera se sumó a los que estuvieron al lado de Bullrich durante las palabras de despedida. Siguió el discurso desde un rincón y también prefirió irse apenas concluyó el acto de réquiem para la elección perdida.
Quizás porque esa noche percibió que el clima en Juntos por el Cambio rebosaba hostilidad, Macri organizó el encuentro con Javier Milei en su casona de Acassuso. Hasta allí llegaron el candidato que sí entró en el ballotage y su hermana, Karina, el Jefe, como la bautizó cuando la leyenda libertaria era incontenible y muchos creían que podría imponerse en la primera vuelta del domingo.
Estaban Mauricio y Patricia, y Javier y Karina. Hablaron durante un rato largo, y en el que se produjo la disculpa de Milei por haberla llamado “Montonera asesina”. Le cargaron el despropósito al fragor de la campaña. Bullrich aceptó el perdón y comenzó a tejerse la leyenda que terminaría en varios memes que recorrerían las redes sociales en las horas siguientes.
“Era una montonera asesina, pero no era tan montonera asesina”, decía uno de ellos, que se mofaba de la acusación de Milei y también de su marcha atrás. En la mesa de Acassuso, después de un par de horas, comenzó a nacer el apoyo testimonial de Macri y Bullrich a la candidatura de Milei, y a gestarse la destrucción de Juntos por el Cambio tras ocho años de supervivencia como coalición opositora. La herramienta que Mauricio había ayudado a concebir en 2015 junto a Elisa Carrió y a Ernesto Sanz para enfrentar, y vencer, al kirchnerismo.
El acuerdo entre Macri, Milei y Bullrich sorprendió al resto de los integrantes de la coalición porque Patricia venía muy enojada con el ex presidente. El elogio público que le había dado a su competidor diez días antes de la elección había sido la gota que rebalsó el vaso. Bullrich llegó a criticarlo con dureza en una entrevista radial y, después, a pedirle de malos modos que no repitiera los guiños con el hombre al que se suponía que debían vencer.
Los aspectos psicológicos dominan el lanzamiento de Macri a la política. Su padre, el empresario de la construcción Franco Macri, nunca terminó de confiarle el manejo total del Grupo Socma. Disgustado, Mauricio probó suerte como dirigente de Boca Juniors hasta que llegó a la presidencia del club de sus amores. No solo eso. Lideró la década más exitosa de la entidad; ganó torneos, Copas Libertadores e Intercontinentales. Entonces sí se sintió en condiciones de demostrarle a su padre que podía ser tan o más exitoso que él. En las portadas de los diarios, Macri comenzó a dejar de ser Franco para pasar a ser Mauricio.
Y luego siguió el consejo de Cristina Kirchner. Fundó un partido político (el PRO) para disputarle el poder en las urnas. Debió aguardar cuatro años en el llano después de perder una elección porteña hasta que, en 2007, venció al kirchnerismo en la Ciudad y pudo experimentar la novedad de armar un gobierno. Se fue convirtiendo en el enemigo número 1 de Néstor y Cristina.
El resto es historia conocida. Esperó a 2015 y aprovechó el desgaste de doce años de kirchnerismo para derrotar a Daniel Scioli y llegar a la Casa Rosada. En el camino, idearon junto a Sanz y a Carrió el instrumento política para unir los fragmentos de una oposición siempre fracturada. La interna de Juntos por el Cambio, en la que venció a Lilita y al senador radical, les sirvió para acumular el capital político necesario para la victoria.
Se trataba de una coalición sui generis y a la europea. Macri aportaba el toque liberal, la experiencia empresaria y el aporte de una nueva generación de dirigentes políticos profesionales que encabezaron Horacio Rodríguez Larreta, Gabriela Michetti y María Eugenia Vidal. Los radicales sumaban su historia institucional, sus gobernadores y sus legisladores en el Congreso. Y Carrió el capital de su formación intelectual, su legajo frondoso de lucha contra la corrupción kirchnerista y su honestidad jamás puesta en duda. Su llegada al poder resultó mucho más lucida que su desempeño de cuatro años discretos en el Gobierno.
La incapacidad para producir cambios de fondo; el fantasma de la inflación que le llegó en 2018 y el apasionamiento tan argentino por la confrontación interna malograron la gestión de Macri y la de sus socios políticos. Cristina Kirchner lo advirtió muy rápido: resurgió de las cenizas, armó un frente electoral con Alberto Fernández y Sergio Massa, y lo derrotó con amplitud en 2019. El kirchnerismo volvía al poder sin despeinarse, como si nunca se hubiera ido. Desde entonces, la imagen negativa de Mauricio nunca bajó del 50%. El mal recuerdo del final de su gestión le impidió volver a presentarse.
De vuelta en el llano, Macri reivindicó a Juntos por el Cambio, pero pareció dejarles el plano protagónico a otros dirigentes. En 2021, Rodríguez Larreta se convirtió en el principal ganador de las elecciones legislativas al imponer a sus candidatos (Vidal en la Ciudad de Buenos Aires y Diego Santilli en la provincia). Parecía que la coalición tenía un candidato presidencial de la generación de recambio, y hasta los radicales y Carrió aceptaban que en el futuro se iban a encolumnar detrás de Rodríguez Larreta.
Pero las cosas no fueron tan simples. Durante los días de encierro de la pandemia, surgió la figura rebelde de Patricia Bullrich como emblema de la resistencia. La dirigente, combativa desde su juventud y con una experiencia política que la había llevado desde el menemismo hasta la Alianza de Fernando De la Rua, fue consolidando su proyecto de candidatura presidencial para enfrentar a Rodríguez Larreta y poner en duda ese nuevo liderazgo que parecía inevitable. Su gran aliado fue Macri.
Los exégetas de Macri dirán eternamente que Rodríguez Larreta pretendió desafiar su liderazgo y que lo obligó a enfrentarlo respaldando a Bullrich. Del mismo modo que los defensores de Rodríguez Larreta afirmarán que el ex presidente jamás soportó la idea del recambio generacional, y que apoyó la candidatura de Patricia solo para bloquear la posibilidad de su ascenso.
Es cierto que Macri rodeó a Bullrich de algunos de sus históricos colaboradores, quienes venían de la experiencia de gobierno que había terminado en fracaso. El ex Socma, Néstor Grindetti, terminó siendo el candidato a gobernador que jamás logró inquietar la victoria de Axel Kicillof en la Provincia, y Hernán Lombardi fue uno de los jefes de la campaña de Patricia que terminó en la hecatombe electoral del último domingo.
En esa línea de pensamiento, Bullrich solo habría sido un instrumento para derrotar a Rodríguez Larreta, del mismo modo que los juegos de seducción con Javier Milei se transformaron en una estrategia para anular también a Patricia y terminar siendo el socio político inevitable del libertario: el que le puede aportar la experiencia de gestión para sustentar la idea de gobernabilidad, legisladores en el Congreso y soporte financiero para el tramo definitorio de la campaña. Si la imagen negativa y la escasa intención de voto no le permitieron a Macri ser el candidato a presidente, la cercanía con Milei le extiende el protagonismo. Al menos, hasta la disputa de las elecciones del 19 de noviembre.
Porque, al menos hasta ahora, son Macri, Bullrich y apenas una decena de dirigentes que participaron de la campaña electoral los que manifestaron su respaldo a la figura de Milei. El mismo al que hasta el domingo se acusaba de socio político de Sergio Massa.
Rodríguez Larreta, Vidal, Santilli y la conducción de la UCR prefirieron declarar la libertad de acción para los votantes de Juntos por el Cambio, y defender la identidad de la coalición como referencia opositora una vez que se conozca el resultado del ballotage. En la misma línea, los diez gobernadores del espacio (los cinco radicales y los cinco del PRO), preservarán la neutralidad pensando en la salud de sus administraciones provinciales en el caso de que se produzca una victoria de Massa.
Un dirigente del peronismo que mantuvo un diálogo con Cristina Kirchner este último lunes, ya con los resultados electorales sobre la mesa, la escuchó formular el razonamiento siguiente.
“Yo a veces acierto, y espero acertar con Massa, y a veces me equivoco, como me equivoqué con Alberto (Fernández), pero siempre apuesto a la política. Macri, en cambio, nunca apuesta a la política. Siempre apuesta por sí mismo”. Es una reflexión, hay que decirlo, de alguien que no se ha destacado tampoco por la generosidad política. Tal vez sea cierto, como dicen algunos analistas, que la generosidad no es un insumo de la política.
La apuesta de Macri por Milei es, en definitiva, un intento del ex presidente para permanecer en el primer plano del poder en la Argentina. Un paraíso, muchas veces un infierno, en el que lleva más de veinte años. Si la victoria corona semejante desafío, una legión de aduladores celebrará su sagacidad plena y vigente.
Claro que si el tridente Macri-Milei-Bullrich termina derrotado, le sumará un final triste a la fragmentación de Juntos por el Cambio, el instrumento de poder que ayudó a concebir y que ahora emite todas las señales inconfundibles de una inminente destrucción.
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